jueves, 23 de febrero de 2012


EDUCANDO EN LOS VALORES


HONRADO A CARTA CABAL


El dependiente alto del mercadito de Nueva Salem, era el favorito de los niños. No había en el pueblo quien lo igualara en el arte de contar historias y para los niños era un placer poder ir al Mercado a comprar provisiones.

Una tarde, un muchacho que vivía a varios kilómetros de distancia, en el campo, entró en la tienda con una gran canasta y una lista de mercancía que deseaba comprar.

-Mama quiere todo lo que esta en la lista, Sr. Lincoln, si es que tengo suficiente dinero para pagarlo. Esto es lo que tengo y comenzó a esparcirlo sobre el mostrador. Dice mama que este año no tenemos mucho dinero, y esto es todo lo que pudimos conseguir para gastar ahora.

El dependiente que no era otro que Abraham Lincoln, enseguida se puso a la tarea de atender el pedido. Cuando hubo acomodado la cesta del muchacho, le dijo: - tienes suficiente dinero, y todavía te sobra un poco. Cuando llego la hora de cerrar, clausuró las puertas y comenzó a hacer el arqueo de cajas. Pero por alguna razón no salía bien. ! En alguna parte debía estar el error!

Se hallaba entregado a ese trabajo cuando llegaron algunos amigos y lo llamaron: -!Ven Abe! (que así lo llamaban cariñosamente). Es hora de dejar el negocio. Vamos a cenar a casa y luego nos iremos a nadar. Pero Abe no iba a abandonar su tarea y cuando le preguntaron si le faltaba 100 dólares, él contestó: -! No! !Tengo 25 centavos de más! Los muchachos no pudieron reprimir una larga exclamación un poco burlona.

-! Bah!

-! Ah, aquí están! -exclamo Lincoln de repente. Son de ese último pedido que atendí. ! Me equivoque!

Enseguida metió en el bolsillo una moneda de 20 y otra de 5; y rehusando la invitación tan tentadora de cenar y nadar, inicio la marcha de 8 kilómetros en esa calurosa tarde de verano, para devolver los veinticinco centavos sobrantes del vuelto de una viuda que tenia tan poco dinero que necesitaba calcular muy bien sus gastos. Al pasar al lado de la ventana abierta, oyó que la señora decía al hijo: -según la boleta tendrías que haber traído veinticinco centavos mas, ¿Estas seguro de que no los perdiste?

Antes de que el muchacho pudiera contestar, se oyó un golpe en la puerta: y cuando la mujer abrió, Abraham Lincoln saco las monedas y le dijo: -Lo siento mucho señora, pero cometí una equivocación de 25 centavos al darle el vuelto a su hijo. Aquí están.

Ya se había dado vuelta y comenzó a desandar a grandes zancadas cuando la asombrada mujer atino a decir: -gracias. Pero el muchacho que se precipito a la ventana para mirarlo, exclamo: -!No me extraña que la gente lo llame el “Honrado Abe”!  Ni a mi –convino la madre-. Se puede confiar en el para cualquier cosa y en cualquier lugar.

!Solo veinticinco centavos! ¿Valía la pena el tiempo y el trabajo que le costaron devolverlos, al hombre que mas  tarde llegaría a ser el decimosexto presidente delos Estados Unidos?

!Oh, si, mil veces sI!




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